Quedan solo unas horas para que despidamos este año 2017. Han sido unos 365 días cargados de buenas lecturas, entre ellas la historia de Jack y Rose. Aquí os dejo un relato que tan generosamente Laura Maqueda me ha cedido para publicarlo en mi rinconcito de este mundo virtual sobre sus personajes de Érase otra vez en Londres.
Ya has visto en los post de estos días que la historia de Jack y Rose fue muy especial, más aún que la de Julian y Miriam y es que la historia de estos dos jóvenes, que lo tienen todo para ser felicies, tiene que pasar por unos momentos difíciles que les ponen a prueba. Y no solo en su historia, también en fin de año!! Lee, lee y enamórate de esta familia ;) y luego me cuentas qué te ha parecido.
Antes de comenzar tienes que poner la canción de Mecano porque desde que has leído el título la estás tarareando, ¿a que sí? jeje
¡Feliz Año 2018!
—Vamos, no me jodas. —farfulló
Jack mientras miraba por décima vez el panel que anunciaba que su vuelo había
sido cancelado—. Debe tratarse de una puta broma.
—¿Disculpe, señor?
La auxiliar de tierra de
la compañía Aer Lingus lo observaba con espanto al otro lado del mostrador.
Acababan de confirmarle que ningún avión despegaría del aeropuerto JFK de Nueva
York hasta que la tormenta que asolaba la ciudad hubiera, al menos, amainado.
Aquello no podía estar
pasándole, no durante el último día del año.
Se suponía que él y su
hermana Natalie deberían estar volando hacia Inglaterra en aquel preciso
momento; en cambio Jack, junto a un centenar de clientes insatisfechos, estaban
presentando sus quejas al personal de la aerolínea por haberlos dejado colgados
en Nochevieja. ¡Él no podía quedarse en Nueva York! No cuando su chica y su
familia lo esperaban para celebrar juntos el nuevo año. ¡En menudo lío se había
metido! Y todo por hacerle caso a Natalie…
Al abrirse paso entre la
multitud, Jack pudo ver a su hermana al otro lado del pasillo, rodeada de todas
las maletas que no habían llegado a facturar. Sintió que unos instintos
asesinos lo asaltaban al pensar que si estaban así, era por culpa de ella.
Natalie había pasado la Navidad junto a su mejor amiga y la familia de ésta en
Vermont. Jack había comprendido sus razones, pues dado que estaba a punto de
trasladarse a vivir a Inglaterra, era normal que la chica quisiera despedirse
de sus seres queridos. Jack había accedido sin rechistar, a condición de que
Natalie aceptara su ayuda para empacar sus pertenencias. Después de eso,
viajarían juntos a Londres.
Todo estaba planeado al
milímetro e incluso habían reservado con antelación los billetes para evitar
las aglomeraciones de última hora. Siguiendo la sugerencia de Natalie, Jack accedió
a desplazarse hasta Nueva York porque, siendo realista, los pasajes para viajar
a Europa eran mucho más baratos si volaban desde Manhattan. Ahora, al ver el
panorama en el que se encontraban, se arrepentía de no haber seguido sus
instintos.
Desde la pasada noche,
una fría ventisca arrasaba la ciudad acompañada de unas ocasionales nevadas y
una más que incómoda niebla. Dadas las condiciones atmosféricas, resultaba del
todo imposible que despegara ningún avión.
—¿Qué te han dicho? —preguntó
Natalie cuando Jack se reunió con ella.
Natalie se había sentado
a horcajadas sobre una de las enormes maletas de ruedas que llevaba. Después de
recorrerse de punta a punta la terminal ocho del aeropuerto, cargando con todo
el equipaje mientras su hermano hacía cola para informarse sobre su vuelo,
Natalie sentía los pies entumecidos y las piernas acalambradas. No veía la hora
de llegar a Londres, acurrucarse en el confortable sofá de Miriam y Julian y
relajarse frente al fuego con una humeante taza de chocolate entre las manos.
Sin embargo, sus anhelos
cayeron en saco roto al escuchar la respuesta de su hermano.
—Nunca. —masculló Jack,
dejándose caer en el suelo, a su lado—. No nos vamos.
Natalie arqueó una de sus
morenas cejas al tiempo que se ajustaba el gorro de lana con el que se protegía
del frío.
—¿Cómo que no nos vamos? —indagó—.
¿Quieres decir que vamos con retraso? Porque puedo esperar. Además, tengo
hambre y he visto que un tío guapísimo entraba en esa cafetería. Creo que voy a
acercarme para hacer tiempo, darle mi teléfono y…
—Para el carro, Nat. —la
interrumpió su hermano, visiblemente molesto—. Cuando digo que no nos vamos,
quiero decir exactamente eso. ¡Nuestros planes se han ido a la mierda! No habrá
fin de año en Inglaterra.
A Jack no le pasó
inadvertido el puchero decepcionado que formaron los labios de su hermana.
—Pero, ¿por qué?
Resoplando, se armó de
paciencia para contarle a Natalie las razones por las que tendrían que quedarse
en tierra. Los ojos de la chica brillaron de desilusión, por lo que Jack se
arrepintió de inmediato por haberla culpado de su mala suerte.
—Tengo que enviarle un
mensaje a Rose. —murmuró, tecleando en la pantalla de su teléfono móvil—. Por
Dios, su padre va a matarme.
—No es culpa tuya, Jack. —le
hizo ver su hermana, colocándole una mano en el hombro en un reconfortante
gesto.
—Pero nos esperaban esta
noche. —dijo al fin—. No puedo creer que le haya fallado de nuevo a Rose.
Natalie recordó entonces
cómo Jack y su chica habían pasado por un bache unos meses atrás. Hacía poco
que había descubierto que tenía una hermana y además, el tipo que le había dado
la vida y lo había maltratado durante su infancia acababa de morir. Jack no
quiso involucrar a Rose en un pasado lleno de dolor y sufrimiento, por lo que
se marchó a Estados Unidos sin decirle una palabra. Sabía que le había hecho
daño y aún se recriminaba a sí mismo por ello; ahora, en cambio, no quería ni
pensar en la posibilidad de no estar con Rose cuando el reloj diera la
medianoche.
Una sucesión de planes
alternativos pasaron por su cabeza a toda velocidad. Tal vez, si se daban
prisa, podrían volver a Vermont y tomar un avión con rumbo a Inglaterra en el aeropuerto
más cercano. Puede que aún quedaran pasajes y… Ni siquiera así llegarían a
tiempo, se dijo Jack. No con la diferencia horaria. A esas alturas, Rose y su
familia estarían esperándolos con impaciencia para comenzar las celebraciones.
Se sentía tan miserable
que incluso empezó a sentir un incómodo zumbido en su oído malo, aquel por el
que no oía ni un solo sonido.
Al reparar en la mueca de
malestar que apareció en el rostro de su hermano, Natalie se preocupó por él.
—¿Te encuentras bien,
Jack?
Él asintió con la cabeza.
En la pantalla de su móvil pudo leer el mensaje que Rose le había enviado,
preguntándole si realmente no iba a estar con ella esa noche. Antes de que
tuviera tiempo de teclear una respuesta, su teléfono comenzó a sonar.
—No te muevas de aquí,
¿de acuerdo? —le advirtió a su hermana—. Ahora vuelvo.
Acercándose hacia una
zona un poco más apartada, Jack contestó la llamada.
—Jack —le llegó la voz de
Rose en un suspiro al otro lado—. ¿Qué ha pasado?
Él respiró hondo; le
dolía en el alma no encontrarse allí, a su lado.
—Lo siento, nena. —murmuró—.
Lo siento muchísimo. Todo se ha ido a la mierda. No hay vuelos y esto es una
puta locura. Te prometí que pasaría contigo la última noche del año y no podré
hacerlo.
—No es tu culpa, Jack. En
serio. —le aseguró ella, a pesar de que Jack podía notar la tristeza con la que
hablaba—. Sé que has hecho todo lo posible por estar aquí. Es solo que te
echaré mucho de menos esta noche.
Abatido, Jack apoyó la
frente sobre la fría pared de cristal. La fría superficie se empañó cuando
exhaló su aliento sobre ella.
—Y yo a ti, nena. De
verdad que siento no haber cumplido mi promesa.
A pesar de las
dificultades para oír que tenía y de que se había olvidado— otra vez— de
cambiarle las pilas a su audífono, Jack escuchó su risita al otro lado.
—Ya tienes una razón para
compensarme cuando vuelvas.
Así era su chica, pensó
Jack. La mujer más maravillosa y comprensiva del mundo.
—Créeme, se me están
ocurriendo un montón de formas de compensarte por esto.
Rose soltó una carcajada.
—Lo creeré cuando estés
aquí. Dale un beso a Natalie de mi parte, ¿lo harás?
—Cuenta con ello. —le
aseguró—. Volveré pronto.
—Más te vale. Te quiero,
Jack. Feliz año.
Cuando Rose colgó, Jack
sintió que el corazón se le partía un poquito. Eran las primeras Navidades que
pasaban juntos y él se perdería la mitad de ellas.
—¿Se ha enfadado mucho
Rose cuando le has dicho que estamos tirados en el aeropuerto?— le preguntó su
hermana cuando volvió a su lado.
Jack se sentó a su lado,
utilizando una de las maletas como reposapiés. Tras relatarle a Natalie su
conversación con Rose, Jack se sintió rendido.
—¡Tengo una idea! —exclamó
de repente su hermana, visiblemente entusiasmada—. ¿Y si vamos a ver la caída
de la bola en Times Square?
Jack puso los ojos en blanco
al escucharla.
—¿Estás de coña? Nat, es
imposible ir por allí a menos que desees que una estruendosa multitud te
aplaste.
—Vamos, Jack. ¡No seas
aguafiestas! —emocionada, Natalie se puso de pie en un salto—. Buscamos un
sitio donde dejar las maletas y pasar la noche y después tú y yo vamos a
aprovechar que estamos en Nueva York para celebrar la entrada del año.
—En serio, no me apetece.
—¡No seas protestón! Sé
que te sientes fatal por no poder estar con Rose pero ya no hay remedio, Jack.
¿Pretendes que nos pasemos la noche lloriqueando por las esquinas y
lamentándonos por no estar cantando el «Dios salve a la Reina»?
No supo cómo, pero al
final acabó permitiendo que su hermana lo arrastrara por medio Manhattan hasta
la mítica Times Square, donde centenares de personas esperaban impacientes a
que llegara la noche.
—Sabes que nos quedan
unas diez horas hasta que empiece el espectáculo, ¿verdad?
Exaltada, Natalie se puso
a dar saltitos junto a él.
—¡No me importa! ¡Fíjate
donde estamos, Jack! Hasta puede que salgamos en la tele.
En lo único en lo que
Jack podía pensar era en que ya no nevaba, que el viento había amainado y que
era probable que abrieran las pistas del aeropuerto en cualquier momento. Y él
estaba allí, con su joven y animada hermana, mientras su chica se encontraba en
otro país y un montón de desconocidos se arremolinaban a su alrededor para
hacerse con un sitio en primera fila, cerca del escenario.
Hacía un frío de mil
demonios pero rodeado de tanta gente era fácil que las mejillas se le
colorearan de un cálido color rojo. Natalie lo obligó a que le comprara un par
de perritos calientes y también algodón de azúcar para amenizar la espera; Jack
no supo cómo fue capaz de sortear aquel mar de cabezas excitadas ante la idea de
pasar un fin de año de película.
A medida que pasaba el
tiempo, Jack intentó ponerse en contacto con Rose en varias ocasiones. Su
chica, en cambio, no le había devuelto ninguna de las llamadas así como tampoco
respondió a los mensajes. Era como si Rose tuviera el teléfono apagado. Ya que
no estarían juntos, Jack lo único que quería era enviarle un romántico mensaje
cuando la bola cayera. Puede que lo suyo hubiera sido muy precipitado; a fin de
cuentas, tan solo hacía un año escaso desde que se vieron por primera vez. Pero
había sido todo tan intenso… Él la amaba más de lo que nunca había amado a
nadie. Rose era su ancla, su pareja, su amiga, la chica que le hacía sonreír y
que le había ofrecido una familia. ¡Si hasta se habían casado en Las Vegas! No
legalmente, al menos por ahora. Aunque pudiera parecer una locura lo cierto era
que desde hacía unos meses, Jack no había dejado de pensar en la idea de
declararse y proponerle matrimonio. Sabía que corría el riesgo de que Rose lo
rechazara e incluso de que su padre se opusiera a la boda. Pero también sabía
que debía intentarlo. Decidió que, a su regreso a Inglaterra, le pediría a Rose
que se casara con él.
—¡Cuidado con la cabeza,
Jack! —gritó Natalie cuando una enorme pelota de plástico pasó justo por encima
de él.
Su hermana estaba disfrutando
como una niña pequeña y él se sentía culpable por no estar haciendo nada por
conseguir que aquella noche fuera cuanto menos, divertida para ella.
Llegado el momento en el
que comenzaron las actuaciones, Jack agradeció su sordera. El estruendo era
máximo, los gritos se sucedían cuando diversos cantantes famosos se subieron al
escenario. A su lado, una pareja se fundió en un apasionado beso mientras Jon
Bon Jovi entonaba un villancico. Una vez más, su mente y su corazón volaron hacia
Rose. Sacando su móvil del interior del bolsillo de los vaqueros, Jack comprobó
que seguía sin recibir respuesta de su chica.
—¿Estáis listos? —gritó
el maestro de ceremonias—. ¿Estáis preparados? La cuenta atrás está a punto de
comenzar pero antes quería daros una sorpresa de última hora. Un caballero
mundialmente querido e increíblemente atractivo ha querido celebrar con
nosotros la última noche del año. ¿Queréis saber de quién se trata?
A su lado, Natalie coreó
junto al resto del público, excitados como estaban por conocer la identidad de
la persona que pulsaría el botón para que la enorme bola brillante comenzara su
descenso.
Los ojos verdes de Jack
se abrieron como platos cuando su suegro, Julian Cole, apareció en el
escenario. La multitud gritó entusiasmada; Natalie no perdió el tiempo,
colgándose a su cuello sin creerse lo que veía.
—¡Es alucinante! ¡Jack! —exclamó,
feliz—. ¡Y sigue estando buenísimo!
Jack se preguntaba qué
hacía allí el padre de Rose. ¿No se suponía que debía estar en Londres con su
familia? Sin darle tiempo a pronunciar una sola palabra, Julian comenzó a
hablar.
—Gracias. Muchísimas
gracias a todos. —impecablemente vestido con un esmoquin y una pajarita negros,
Julian se metió la mano derecha en el bolsillo del abrigo mientras sostenía el
micrófono con la otra—. Antes de empezar me gustaría pediros un favor. ¿Qué me
decís? ¿Podéis ayudarme?
El público no tardó en
gritar afirmativamente.
—Veréis, estoy buscando a
un joven fotógrafo. —continuó Julian—. Un chico brillante que no ha podido
volver a casa por Navidad. ¿Alguno de vosotros conoce a Jack Mason?
Sin dar crédito a lo que
su oído oía y sus ojos veían, Jack se quedó paralizado.
—¡No seas imbécil! —lo
empujó su hermana—. ¡Ha venido a buscarte, Jack!
Sin ser consciente de sus
movimientos, Jack se vio a sí mismo caminando entre la multitud mientras un
potente foco lo iluminaba directamente, cegándolo a cada paso que daba.
—Justo a tiempo, Mason. —le
dijo su suegro cuando al fin estuvo en el escenario y pudo estrecharle la mano—.
Hay alguien que espera verte.
Cuando Julian se hizo a
un lazo, Jack pudo ver a Rose, preciosa, sonrojada, caminando hacia él. El
público chilló enloquecido cuando la chica se arrojó a sus brazos.
—¿Qué haces aquí?—
preguntó, asombrado.
Sintió los labios de Rose
buscándole su oído bueno. Rose le acarició la oreja con ellos antes de decir:
—No podía pasar esta
noche sin ti.
Apartándose para poder
verla, Jack apenas si fue capaz de preguntar.
—Pero… ¿cómo? El
aeropuerto está cerrado.
—El de Boston no. —le
dijo ella con una sonrisa—. A veces tiene sus ventajas eso de que mi padre sea sir de la Corona británica. —bromeó—.
Cuando le dije que no podías venir a casa, movió sus hilos, nos buscó un vuelo
y… ¡Aquí estamos!
Él la estrechó más fuerza
entre sus brazos.
—Gracias. —susurró—.
Puede parecer una tontería, pero no soportaba pasar esta noche sin ti.
Ella le enterró los dedos
en el pelo, entregándose aún más al abrazo.
—Nunca más estarás solo.
Nada más existía; ni las
cámaras, ni los miles de ojos que los observaban. Tan solo estaban ellos.
Cuando Jack la miró a los ojos, con tanta intensidad que Rose sintió cierta
alarma, él lo tuvo claro.
Aquel era el momento.
El tiempo se detuvo y los
gritos de felicidad fueron en aumento cuando Jack se arrodilló ante ella.
—Rose Cole —anunció,
sosteniéndole las manos entre las suyas—. Sé que es probable que no sea el
mejor momento, que puede que me esté precipitando y todo esto sea una locura.
Pero estoy completa, absoluta y totalmente entregado a ti. No me imagino pasar
la vida al lado de otra persona que no seas tú. Ahora, delante de toda esta
gente y con toda la humildad del mundo, te pregunto: ¿quieres casarte conmigo?
Lo que Rose no sabía era
que estaba preciosa incluso cuando lloraba, pensó Jack. Allí, de rodillas
delante de ella y con el corazón en la mano para ofrecérselo, Jack supo que no
le importaba la respuesta que Rose le diera. Lo único que quería era que ella
le permitiera pasar el resto de la vida a su lado.
No fueron conscientes del
gruñido malhumorado que lanzó Julian al contemplar la escena, ni de la
algarabía que se formaba a su alrededor, ni tampoco del momento en que la bola
comenzó a bajar hasta que oyeron al presentador comenzar la cuenta atrás.
—Tres, dos, uno… ¡¡Feliz
año nuevo!!
Los primeros segundos del
nuevo año fueron testigos de cómo Jack y Rose se besaban con pasión, estrenando
su nuevo compromiso.
—Feliz año, Jack.
Él le acunó las mejillas
y la besó en la nariz.
—Feliz año, futura señora
Mason.