Los veo llegar
antes de que ellos me distingan. Ella va un paso por delante, como guiando,
decidida, incluso aunque no sepa muy bien de qué va esto. Él… él la sigue y la
agarra de la mano, con los labios curvados hacia arriba.
Me pongo de pie para que me vean
saludarles y una sonrisa se extiende por la cara de ella. Me parece más sincera
de lo que Marc me había comentado. Puede que al fin haya recordado cómo sonreír
de verdad.
—Hola —saluda con tiento—. ¿Eres Sara?
—La misma. Tú debes de ser Malena, te
reconozco de las fotos que me ha enseñado tu hermano durante las sesiones de
terapia que tuvimos juntos.
—Sí, encantada. Él es Jorge.
—De mí estoy seguro de que Marc no te
enseñó ninguna foto, ¿eh? —bromea el aludido, aunque detecto una pizca de pena
en su voz.
—No, pero sí que he oído hablar de ti. Y
muy bien.
—Ah, ¿sí? —Ahí está, la ilusión por ser
parte de esa familia que Marc me describió ya hace tiempo.
—Claro. Pero sentaros, por favor.
Llamo al camarero para que ellos puedan
pedir algo de beber mientras yo le doy un sorbo a mi tinto de verano.
—Eeeh, claro. Bueno, y… ¿cómo va esto?
—Me hace gracia lo expresiva que es Malena. Trata de parecer segura, pero se la
notan los nervios a kilómetros—. Es que Gabi solo nos dijo que viniésemos, que
eras muy maja y que nos lo íbamos a pasar bien.
—Pues podéis contarme lo que queráis.
Solo quiero conoceros un poco mejor. Sé que os conocéis desde niños, ¿no?
—Sí. Desde que yo tenía siete y él ocho.
—Vamos, desde un poco más que siempre.
Éramos los mejores amigos del mundo, y eso que ser amigo de esta a veces era
peligroso de narices —mete baza Jorge.
—¡Eso no es verdad!
—Venga ya, Mal. Eras un demonio. No
sabías estar tres días seguidos sin meternos en alguna.
—Pues no te oía quejarte.
—Porque me lo pasaba de coña. Eras más
divertida que cualquiera de mis otros amigos.
—Y además estabas loco por mí.
—Me parece recordar que era al revés.
—No te flipes. Desde aquel primer beso
babeabas descaradamente detrás de mi culito.
—¡¡Tendrás morro!! Pero si fuiste tú la
que se aprovechó de mí en la fiesta aquella, jugando a los siete minutos en el paraíso.
—Uy, sí, pobrecito. Lloraste un montón
por eso.
—Me la casqué un montón por eso.
—¡Jorge!
—Perdón, Sara. Es que…
Parece avergonzado de verdad y a mí me
da la risa viendo a estos dos. Es como si creasen un mundo propio cuando se
ponen a hablar.
—Tranquilo. Ya veo que hay mucho que
compartir. Debió de ser increíble enamorarte de tu mejor amiga.
—Bueno… sí y no.
—No siempre fue todo fácil —me aclara
Malena con un hilo de voz y la cabeza algo gacha.
—Aunque siempre fue de verdad.
—Porque siempre fuimos nosotros.
Se miran con tanto cariño que me obligo
a apartar un momento la vista. Es como si estuviese interrumpiendo un momento
que debería ser solo de ellos.
—Pero, entonces, ¿qué pasó? Porque
cuando estuve haciendo terapia con Marc, Jorge había desaparecido hacía tiempo.
—Pasó que nos equivocamos mucho. Los
dos. Que, en vez de luchar juntos, terminamos por alejarnos. Y pasó la vida,
que fue menos vida sin ella. —La confesión de Jorge dibuja una sonrisa triste
en Malena, una que diferencio mejor como esas que Marc me decía tantas veces
que estaba harto de ver en su hermana.
Jorge le sostiene la mano y ella se la
envuelve con cariño, dejando caer un poco la cabeza hasta apoyarla en su
hombro.
—Suena triste —les digo.
—Porque lo fue. No todo en este cuento
es bonito. No siempre hubo motivos para reír. A veces, el monstruo ganó. —Hay
un dolor muy real en la voz de Malena, uno que me hace pensar en días grises y
ojos húmedos—. Pero supongo que saber ponerte de pie de nuevo cuando algo te
derriba también es aprender a vivir.
Jorge se inclina para dejar un beso en
su sien antes de tomar la palabra.
—Sara, puede que para que entiendas todo
bien debamos empezar por el principio. Verás, mi hermano me llevó una tarde de
1998 al parque para conocer a su nuevo mejor amigo y a su hermana pequeña, una
renacuaja que tenía sonrisa de ratón y la valentía por bandera…
Me recuesto un poco en mi asiento para relajarme.
Creo que esta historia merece escucharse con calma.
***
1998
Tiene sonrisa de
ratón.
Mis padres llevan toda la tarde
discutiendo. Ni siquiera sé por qué es esta vez. Bueno, supongo que por dinero,
como siempre.
A veces tengo la sensación de que los
adultos se creen que los niños somos idiotas. Y sordos. Que no nos enteramos de
nada, que no escuchamos los gritos porque haya de por medio una puerta cerrada.
Las cerraduras no evitan que las voces
de papá y los llantos de mamá retumben en el silencio de mi habitación cada vez
que me meto en la cama y ellos comienzan a pelearse por el precio de nuestros
libros, o por el gasto extra que ha supuesto tener que cambiar la lavadora este
mes, incluso por lo caro que es vestirnos a Teo y a mí.
Mi hermano dice que no somos pobres,
aunque yo creo que me miente. No se lo tengo en cuenta, porque sé que solo lo
hace por protegerme. Como siempre.
Teo siempre me protege. Siempre me
cuida. Siempre está para mí.
Por eso esta tarde, cuando el llanto de
mi madre ha sustituido a las discusiones subidas de tono, él me ha cogido de la
mano y me ha sacado de nuestro piso sin decirme nada más.
Vamos al parque que hay detrás de la
casa de Marc. Teo no tiene muchos amigos, así que cuando hace unos meses entró
en mi cuarto para hablarme de ese chico, me sentí increíblemente feliz por él.
Yo solo lo he visto en un par de ocasiones y me aburre un poco estar con los
dos juntos, porque hablan de cosas que a mí no me interesan, como cómics,
chicas por las que suspira Teo, películas de ciencia ficción, o chicos por los
que anda colado Marc.
A mí todo eso me parece un poco
asqueroso. He visto cómo se besan las parejas en muchas series, y no le veo la
gracia a pegar tu cara a la de otra persona y mover la boca como si comieras
gusanos. Cada vez que se lo digo a Teo se ríe de mí y me dice que aún me queda
mucho por crecer. A mí me parece que estoy bien como estoy.
No me cuesta distinguir a Marc cuando
llegamos a la explanada del centro de aquel espacio rodeado de verde. Es alto y
tiene las espaldas más anchas que Teo, sin embargo, mi hermano es mucho más guay
que él.
No nos mira. Está demasiado pendiente de
una niña que va sentada sobre un monopatín y que en estos momentos baja a toda
velocidad por una pequeña rampa que va a dar a un estanque.
—¡Frena! ¡Frena, coño, que te vas a
matar!
Los gritos de Marc pierden fuerza, a
pesar del taco y todo, porque las risas de loca de esa kamikaze suenan tan
fuertes que amortiguan en parte la mala leche que desprende el otro, que ya ha
optado por echar a correr como un poseso detrás de ella.
—No va a llegar —dejo caer en voz alta a
nadie en concreto, aunque Teo me responde igualmente.
—No. Y hoy se irá a casa jurando que no
va a volver a dejar su tabla a su hermana por nada del mundo. Y mañana se la
dará sin rechistar en cuanto ella le ponga carita de pena porque no sabe
decirle que no a esa renacuaja.
—¿Juegan a menudo a eso?
—Yo no diría que es un juego, y no es
que haya sido testigo de muchas de estas —me aclara mientras señala hacia la
escena un tanto dantesca que tiene pinta de acabar peor que mal—. Es la primera
vez que los veo en acción a los dos juntos, pero Marc me habla tanto de ella
que te juro que es como si ya la conociese. Esa cría no sabe estarse quieta.
Definitivamente, nos podríamos llevar
bien. No tengo demasiadas amigas chicas, aunque todo es probar.
Teo y yo nos detenemos a unos pocos
pasos de esa pequeña laguna, lo bastante cerca para ser espectadores de primera
línea del vuelo perfecto que realiza la niña cuando el patinete deja de tocar
tierra firme al encontrar una piedra en mitad de su trayectoria.
A mi hermano se le escapa un «hostias»
que a mí me hace reír, pero me trago la risa y salgo escopetado detrás de él
cuando la larguísima melena oscura de la chica se sumerge por completo en el
agua.
Al llegar a la altura de Marc, este ya
está hundido en el estanque hasta las rodillas. Su cara de pánico demuestra
mucha más preocupación de la que a mí me parece que requiere la situación. A
ver, que su hermana ha caído en blandito y encima ha sido la leche de valiente.
Ninguno de mis amigos se habría tirado a esa velocidad por una cuesta como esa,
menos aún sin dejar de reírse.
Me digo a mí mismo que tengo razón
cuando una especie de monstruo del pantano resurge de entre el barrizal que se
ha formado a nuestros pies gracias al movimiento de las pisadas desaforadas de
Marc.
Lleva el vestido empapado y sucio, el
puño levantado en alto en señal de victoria y todo el pelo desordenado
tapándole la cara. Cuando Marc se acerca a ella y se lo retira a un lado veo
que no puede evitar que los labios se le curven hacia arriba a pesar de la
regañina que se ha ganado.
Se le ven los dientes, y me doy cuenta
de que tiene los paletos un poquito más grandes de lo normal y algo montados
sobre los incisivos laterales. La nariz se le arruga con ese gesto, haciendo
que su cara adquiera un gesto gracioso.
Y ese es el primer recuerdo que
mantendré de ella.
Tiene sonrisa de ratón. Y es muy
bonita.