Hola! La presentación de hoy viene de la mano de Carlota Laupani y nos habla de los protagonistas de su nueva novela, Mi medio limón, unos protagonistas a los que parece que no les ha llegado su momento aún y que tienen mucho que descubrir de ellos mismos, sobre todo en el caso de Alicia. Seguro que es un viaje emocionante, las palabras de la propia Carlota lo son; seguid leyendo y veréis:
«Lo primero de todo, me gustaría agradecer a
Sara la oportunidad de presentar Mi medio limón. Se trata de una novela romántica, en la que
una chica con un destino incierto se encuentra con alguien dispuesto a ser su
brújula. A pesar de lo que la gente pueda pensar, Mi medio limón no es
solo una historia de amor. Es una historia de autoconocimiento, de superación.
De cómo una persona puede llegar a permitir que un suceso de su vida marque el
resto de esta. Y de lo difícil que es, en la mayoría de los casos, saber
ponerle remedio.
Alicia es una persona mucho más sensible de
lo que ella cree. Sin embargo, lleva tanto tiempo bloqueando los sentimientos
que no se da cuenta de que sufre constantemente por algo que le ocurrió en el pasado,
que no le permite pasar página y seguir adelante.
Álex, sin embargo, es todo lo contrario. Su
vida tampoco ha sido un camino de rosas, pero eso no supone un problema para
él. Su aspiración máxima en la vida es seguir adelante, superarse a sí mismo, y
ser feliz.
A priori, las carencias de uno pueden ser
rellenadas por las abundancias de otro.
El problema es que, a veces, las personas
que están destinadas a estar juntas se encuentran cuando todavía no ha llegado
su momento. Porque las heridas no se cierran solas siempre; a veces, se
necesitan puntos de sutura. Y tiempo. Sobre todo, tiempo. Porque el tiempo todo
lo cura, incluso las brechas más profundas.
La escena que viene a continuación forma
parte de una despedida. La de Alicia de Álex y de sí misma. Ella aún no lo
sabe, porque la tristeza no le deja ver más allá, pero esto le traerá buenas
consecuencias a largo plazo.
Solo tiene que ser un poco paciente.»
Respiro un par de
veces.
Giro la llave
lentamente, hasta que la hoja se separa del pestillo, y la puerta se abre.
Sé que no hay nadie
en casa, porque son las once de la mañana.
Sé que Álex está
trabajando en la cafetería, pero, en el fondo, albergo la tonta esperanza de
que se haya puesto enfermo y me lo encuentre aquí. Como si supiera que iba a
venir y hubiese decidido esperarme.
Respiro un par de
veces más y entro.
La casa huele a la
colonia de Álex, que se habrá echado justo antes de salir de casa, como hace
siempre. Me da pena darme cuenta de la cantidad de detalles que conozco de él.
Como que, hasta que no está en el ascensor, no se da cuenta de que se ha dejado
un ligero resto de pasta de dientes en la comisura de los labios. Como que
tararea canciones antiguas cuando se está recortando la barba.
Ya no huele a mí.
Respiro otra vez.
Voy hacia la que ha
sido mi habitación durante muchos meses y recojo el resto de mis cosas. María
me está esperando abajo aparcada en doble fila, para que pueda llevarme todos
los objetos materiales que todavía quedan aquí. Con los restos emocionales,
dudo que se pueda hacer mucho.
Cuando está todo
recogido en el maletero de mi amiga, vuelvo a nuestra habitación una última vez.
Donde dormíamos Álex y yo.
Me siento en la
cama y meto la mano en el bolsillo de mi chaqueta, donde localizo el trozo de
papel que llevo dentro.
Con cuidado, la
desdoblo y empiezo a leer.
Hola, Álex:
Sabes que lo mío no
son las palabras de amor. Los grandes gestos elocuentes siempre se los he
dejado a aquellas personas capaces de trasmitir lo que sienten. Como tú, que
nunca te avergonzaste de decirme todo aquello que hacía que tu corazón se
acelerase. Como tú, que sientes más que vives, si eso es posible.
Hoy me despido de
ti, y de mí también. Supongo que, entre estas cuatro paredes, se han quedado
adheridos pequeños fragmentos de mi ser que nunca voy a recuperar. Porque, si
no son tuyos, no son de nadie. Ni siquiera míos. Y tienes que saber que te
estoy entregando una parte muy importante, porque sin ellos nunca volveré a
estar completa. De cualquier manera, no te preocupes. Los dejo consciente de
que este es un buen sitio, de que tú los vas a cuidar.
Siento no haber
sido capaz de darte lo que querías. Siento no haber sido capaz de ser lo
que yo necesitaba. El tiempo y la paciencia se nos escurrió de entre los dedos
de repente. Sin darnos cuenta. Y dejamos de ser los tú y yo de siempre para ser
otras personas. Alguien que no nos gustaba, alguien que nos hacía daño.
No me arrepiento de
haberte conocido, aunque sí que lo hago de haberme conocido a mí misma. O no.
Lo que sé que no podré perdonarme es que nuestra historia acabe así, y ahora.
Que nunca te haya dicho lo mucho que significas para mí, lo valioso e
importante que eres. Que ya todo va a ser poco, porque lo voy a comparar
contigo.
Que te quiero, y
que te odio un poco también.
Por dejarme así,
sin más. Sin abrazo y sin abrigo en el que poder resguardarme cuando el mundo
se me haga grande. Porque nunca pensé que podría echarlo en falta y ahora me
ahogo pensando en que nunca más volverá.
Escribo estas
palabras sabiendo que tú nunca las vas a leer, porque probablemente terminen
esparcidas entre pequeños trozos de papel en un cubo de basura.
No importa, porque
ya es tarde. Porque los grandes gestos elocuentes se los dejo a aquellos que
son capaces de trasmitir lo que sienten. No como yo, que siempre me he
avergonzado de la gente que era capaz de darlo todo por amor. No como yo, que
muero más que vivo, si eso es posible.
Hoy me despido de
ti, y de mí también.
Te prometo que
nunca te voy a olvidar.
Alicia.
Ya no puedo
controlar más las lágrimas, que terminan cayendo sobre la carta y disuelven
parte de la tinta.
Me vuelvo a enfadar
conmigo misma por no ser lo suficientemente valiente como para enfrentarme a
esto, como para luchar por nosotros. Así que la rompo en añicos, como vaticinaba
mi propia nota de despedida. Vuelvo a guardar los trozos húmedos en mi
bolsillo.
Me seco las
lágrimas con frustración y me levanto de la cama.
Da igual el daño
que esto me haga, es lo mejor para los dos. Porque ni yo soy lo que él necesita,
ni él puede darme lo que yo quiero. Si seguimos luchando, lo único que
conseguiremos será hacernos más daño y convertir el poco amor que nos queda en
odio.
Respiro una vez
más.
Camino por el
pasillo, sabiendo que será la última vez que lo pise.
No importa.
Es lo mejor.
Para todos.
Cuando cierro la
puerta, siento cómo un trozo de músculo se separa del resto.
Ahora entiendo a lo
que la gente se refiere cuando dice que se le ha roto el corazón.
¿Qué os decís? Puro sentimiento! Les esperan momentos duros y difíciles pero el camino mercerá la pena. Contadme, ¿qué os ha parecido?
Hola.
ResponderEliminarPues tiene buena pinta.
Nos leemos.