Siento
sus nervios. Hace meses que no la veo y, sin embargo, aún tengo esa conexión
con ella que logra que, si está nerviosa, a mí se me seque la boca. Pero es que
en el 2021, Sant Jordi es más importante que nunca para Malena.
Hana,
su jefa y mejor amiga, ha pasado un año muy duro tratando de mantener a flote
su pequeña librería, esa que Malena considera hogar y que tantas noches de
desvelos le ha costado.
Han
sido meses difíciles, en los que remontar ha parecido a ratos una utopía y a
ratos un imposible, pero ellas nunca han sido mujeres que se rindiesen. Si la
vida se tuerce, disfrutan del viaje en montaña rusa.
Joder,
son tan fuertes que no puedo evitar sonreír cuando pienso en todo lo que han
superado, en todo lo que han crecido.
—Vale,
todos lo tenéis claro, ¿no?
Miradlos,
ahí colocaditos en la Plaza Cataluña, tan llena de gente que cada dos por tres
alguien los empuja un poco para entrar en la jungla que es hoy Las Ramblas.
—Que
sí, Mal, cariño —contesta Jorge con el hartazgo llenándole la voz.
—A
ver, repetidme lo que tenéis que hacer cada uno.
Marc
pone los ojos en blanco ante la insistencia de su hermana, pero comienza a
recitar de memoria el plan que la morena ha trazado punto por punto.
—Víctor
y yo nos vamos a las casetas del fondo, a las que están por el Mirador de
Colón, para echar un ojo a los autores locales y, si vemos alguno que pueda
resultar interesante, le hablamos de la posibilidad de hacer una firma en Leer da sueños.
Su
toniquete no es el que más gusta a Malena, pero lo da por bueno porque no puede
perder más el tiempo con discursos motivacionales que imbuyan a sus amigos su
pasión por este día.
—Bien,
perfecto. ¿Cuñado?
Gabi
levanta la cabeza del móvil en ese momento, donde tiene a medias una partida del
Candy Crush, y tiembla un poquito al enfrentarse a la mirada iracunda que le
dedica Mal.
—¿Qué?
Eeeh… Ilustradores. Eso. Yo busco ilustradores.
—Que
para eso es tu campo, correcto.
Malena
da una palmada en el aire y fija la vista en su chico, que no necesita ni que
le pregunte.
—Yo
reparto publicidad de la librería a todo el que me encuentre.
—Pringado.
—Gabi intenta disimular la pullita con una tos que no engaña a nadie, pero
Malena no ha terminado de repasar el papel de todos, así que deja a los dos niños
grandes de su vida dándose empujones mientras se pican con gilipolleces.
Chasquea
los dedos frente a los ojos de Hana, perdidos en la inmensidad de puestos que
hay a las espaldas de su amiga. Sonríe tanto que Malena se pregunta cómo no le
dolerá ya la mandíbula.
—Hana,
concéntrate, por Dios.
—Que
sí, tía, que sí. Que nosotras vamos a la caza de novedades y autores
interesantes. A lo loco —recita su jefa, recolocándose la mochila que cuelga de
su hombro.
—Bien.
—Malena pega un par de palmadas y da una vuelta sobre sí misma para encarar la
feria. —¡Pues al lío, gente!
Cada
uno de ellos toma un rumbo distinto, aunque las únicas que parecen ilusionadas
de verdad por esto son Malena y Hana.
La
primera se pasa dos horas recorriendo la zona de Las Ramblas que le ha tocado.
Revisa estantes, apunta títulos y analiza a la competencia. Le hubiese
encantado poder estar detrás de un puestecito, atendiendo a clientes y haciendo
recomendaciones, pero no consiguieron que el Ayuntamiento les diese un hueco.
Son centenares las librerías que lo solicitan y no siempre hay espacio para
todas.
Pobre,
mi chica parece realmente agotada cuando termina con el trecho que se había
autoasignado.
Me
encantaría poder cogerla de la muñeca y decirla que tiene que pararse a
respirar, que no puede dejar que la ansiedad de los últimos meses le gane la
batalla. Ella sabe cómo hacerle frente a la más absoluta de las miserias, así
que sé que va a poder con esto, pero las secuelas psicológicas que dejó el
coronavirus en ella, cuando la pandemia remitió y la cuarentena cesó, se
manifestaron tarde; así que aquí está de nuevo, luchando contra su mente. Y
ganándola poco a poco. Como siempre. Como cada vez que la vida lo exija.
Se
aparta un poco de la multitud, cruzando de acera y buscando refugio en una
pequeña callejuela paralela a donde está. Saca el móvil para ver si alguien ha
escrito en el grupo de WhatsApp avisando de que ha terminado con su tarea
cuando le parece escuchar la voz de Jorge.
—¡Y
una mierda! Es imposible, Gabi. No sé cómo lo haces, pero estás haciendo
trampas.
El
ceño de Malena se frunce hasta que sus preciosas y pobladas cejas forman casi
una línea recta. Se encamina hacia el eco que la risa del novio de su hermano
deja tras de sí.
—No
seas llorón, macho. Es la sexta partida que echamos y te he pulido en todas.
Admite que soy más fuerte que tú y ya está.
No.
El oído no la engañaba: su chico y su cuñado están en la puerta de un gimnasio
que ha decidido promocionarse colocando en su entrada una de esas atracciones
antiguas en las que tienes que golpear una pera de boxeo.
Los
mata, sé que los mata.
—Yo
os mato.
Lo
que yo decía.
Da
dos zancadas decididas en su dirección cuando Gabi grita por su vida. O
entregando la de otros, más bien.
—¡Marc
y Víctor llevan una hora tomando cañas en una terraza dos calles más abajo!
Eso
consigue frenar en seco a Malena, aunque el enfado que colorea su cara consigue
que su pintalabios rojo pase desapercibido en mitad de la marabunta colorada en
la que se ha convertido su rostro.
—¿Qué?
Los
dos chicos se quedan mudos de repente, arrepintiéndose de haber arrojado a los
leones a sus amigos, aunque saben de sobra que ya no hay marcha atrás.
Malena
empieza a caminar deprisa, buscando mesas al sol y a un par de traidores. No le
cuesta demasiado localizarlos. Lo cierto es que esos dos destacarían allí donde
fuesen, con sus barbas tupidas y esas gafas de sol rollo aviador que logran
llevarse media docena de miradas antes de que Mal llegue hasta ellos.
—¡Sois…
sois unos…! ¡Aarg! Estoy tan cabreada que no me salen ni las palabras.
—Eh,
oye, calma hermanita. Tenemos el número de tres tíos y dos tías que podrían
gustaros, y la mitad de ellos ya están convencidos para pasarse la semana que
viene por la librería para hablar con vosotras. Somos rápidos, no puedes
culparnos por eso.
Malena
se fija en los seis vasos vacíos con restos de espuma que descansan frente a
esos dos, pero se da por vencida cuando Víctor le tiende un papel con unos
cuantos nombres y móviles apuntados.
Se
gira hacia Gabi y Jorge, que la ha seguido hasta allí, buscando poder descargar
con ellos la mala leche que la ha invadido.
—Yo
he hablado con dos ilustradoras. Vale, podía haber hecho más, sí, pero tampoco
vamos a fingir que nos sorprendemos porque me haya distraído un ratito. Además,
he ayudado a tu chico a colocar toda la publicidad en tiempo récord.
Jorge
mueve la cabeza arriba y abajo para confirmar las palabras de su colega, así
que a Mal no le queda más remedio que calmarse y pedirles a todos que se
marchen de allí para tratar de encontrar a Hana y poder disfrutar un poco del
día todos juntos.
—Pues
a ver cómo la localizamos entre toda esta peña. Parece que estamos en un Jumaji
versión humana —se queja Gabi.
—¿Tenéis
un programa de Sant Jordi?
—¿Cómo?
—La pregunta de Víctor pilla a Malena a contrapié.
—Un
programa, donde vengan las actividades y esas cosas.
Jorge
trastea un minuto en su teléfono y se lo tiende con un PDF descargado lleno de
horarios, autores y actividades.
—Está
en la Plaza Real —afirma el rubio muy seguro de sí mismo después de buscar algo
en concreto en la pantalla del móvil de Jorge.
—¿Y
tú por qué sabes eso?
—Porque,
querida Malena, conozco a mi novia como si la hubiese parido.
Y
sin más explicación, se encamina hacia la plazoleta en la que esperan encontrar
a la última integrante de su extraña y perfecta familia.
Hana
espera en una cola eterna en la que ya solo hay un par de personas por delante
de ella, aunque a su espalda los fans se cuentan por decenas. La sonrisa aún
sigue perenne en su cara y parece tan nerviosa que da hasta ternura. Sujeta un
libro entre las manos, aunque sería más correcto decir que lo abraza, como a un
bebé.
Diez
minutos después, sale de la fila y, al girarse, ve a sus amigos esperando por
ella, así que se encamina a pequeños saltitos ilusionados hacia donde están.
—¡Listo!
¡No me lo puedo creer! Tengo todas, ¡todas! La firma de Matilde Asensi, la de
Santiago Posteguillo y la de Almudena Grandes. Joder, estoy que no me lo creo.
—¡¿Llevas
dos horas haciendo cola para conseguir que te dediquen novelas?!
—Sí.
Hana
lo dice con tal mirada de adoración mientras guarda los libros en su vieja
mochila que Malena no se siente con ánimo ni de reñirla.
—Os
da igual —susurra—. Os da igual a todos. Se suponía que teníamos que venir aquí
para hacer todo lo posible porque Leer da
sueños siga remontando, para que no tengamos que cerrar, y os da igual.
Los
primeros ríos asoman a sus ojos. Cómo me gustaría poder borrarle esa angustia
que hace semanas que no la deja respirar bien… Malena, mi pequeña Malena, tan
fuerte y tan frágil.
—Eh,
oye, cariño, no.
Hana
hace desaparecer el metro que las separa y la abraza con fuerza. Cuando la
suelta, los brazos de Jorge sustituyen los de su amiga, sujetándola, convirtiéndose
en ancla.
Su
olor y su calor siempre la tranquilizan, aunque esta vez es Hana quien la
recuerda algo que hoy se la había olvidado, por los nervios, por las ganas de
acelerar las cosas, por la necesidad de sentir que todo mejora.
—Malena,
lo prometimos. Prometimos no olvidarnos.
Mi
pequeña Malena levanta hasta ella sus ojos mojados, que se llenan de
comprensión y de recuerdos que duelen pero dan aliento.
—Quedamos
en que, cuando aquello acabase y la calma volviese, no dejaríamos que todas las
cosas pequeñas cayesen en el olvido; que no habría día que no disfrutásemos ni
terraza que dejásemos sin asaltar. Prometimos vivir y dejar a un lado el miedo;
disfrutar y disfrutarnos. Juramos que el mundo se nos quedaría pequeño. Y sé
que crees que conseguir contactos hoy es importante, pero no, Mal. Lo que sí
que es fundamental es marcharnos de aquí llenas de ilusión y de recuerdos
bonitos, porque el año pasado ya lloramos por no vivirlo, ya lo echamos
demasiado de menos.
Malena
deja rodar dos lágrimas por sus mejillas, solitarias y sentidas. No se las
limpia, no las esconde. El dolor nunca le pareció algo que disimular. Quien
siente, pena a veces.
—Lo
prometimos —repite Mal, como un mantra que la recuerda lo que de verdad
importa, lo que aún está por llegar.
Hana
estira la mano y ella la acepta sin dudar.
—Venga,
hay un montón de historias que todavía no hemos vivido. Descubramos algunas.
Los
veo alejarse para disiparse entre novelas que todavía no conocen y que
consiguen que ellas se pierdan en contraportadas mientras ellos las miran con
el mismo cariño infinito que ahora tiñe mi mirada.
Y
los disfruto, a todos, como prometí hacerlo hace doce meses, cuando la
oscuridad parecía comérselo todo y el fin de las desgracias se vislumbraba
lejano. Cuando yo misma me prometí quemar cada hora de todos los días que
vendrían; fuera, libres, juntos.
Cojo
papel y boli y garabateo una frase que Malena me enseñó hace no tanto, pero que
ella a veces parece olvidar. La cuelo deprisa en el bolsillo de la mochila de
Hana, donde sé que la encontrarán antes de que acabe el día, solo para
recordársela. Solo por si la necesitan.
Es un mal día, no una mala vida.