¡Hola! Estamos en el ecuador de una semana cargada de celebraciones virtuales, ¿ya habéis apuntado todos los directos que queréis ver? Seguro que sí, y que pasáis un rato genial intercambiando opiniones o haciendo preguntas a vuestros autores y autoras favoritos.
De todo es bien sabido que Anna es para mí una autora especial por muchas razones, las he contado otras veces, y que cada vez que le propongo algo para el blog y me dice que sí, me emociono. En esta ocasión son Miguel y Cata, protagonistas de Carolina y Los Valientes, su último libro publicado con Titania y ganador del Galardón de Letras del Mediterráneo.
Es una historia completísima que te lleva hasta la historia reciente de España, en un momento convulso, de transición entre el pasado lleno de represión y un futuro de libertades que por momentos se vislumbraba lejano; todo ello con una parte de investigación emocionantísima y con una pareja que tiene unas escenas fantástica, con tensión, con mucha conexión, con grandes secretos que desvelar y en definitiva, por las que no puedes dejar de leer el libro.
Os dejo con las palabras de la propia Anna antes de que leáis lo que supone un Sant Jordi para un autor primerizo:
«Los
protagonistas de esta escena son Miguel y Cata, dos de los personajes
protagonistas de Carolina y los Valientes, mi última novela. Podéis
leerla tanto si habéis leído la novela como si no. No hay ningún spoiler. En
serio. Ninguno. Excepto, claro está, que la pareja protagonista acaba bien y,
si me lo permitís, este año los finales felices son más necesarios que nunca.
Feliz Sant Jordi
y feliz día del libro.
Si habéis leído
la novela, creo que os encantará ver cómo están Miguel y Cata y también otros
personajes de Carolina y los Valientes ;-)
Gracias, Sara
por invitar a Cata y a Miguel a pasar este día tan especial en tu casa.
Sant Jordi 2019»
«Hay muchos días
para publicar un libro, trescientos sesentaicinco para ser exactos,
sesentaiséis si es año bisiesto. Y años hay muchísimos, se pueden publicar
libros incluso después de muerto, puedes dejar que tus herederos se ocupen de
ello. O puedes no publicarlo nunca. Esa es la opción más sensata.
—En qué estaría pensando, esto es una locura.
Miguel abandonó la idea de dormir y se sentó en la cama. Hacía meses que
no le despertaban las pesadillas y sin embargo esa última semana apenas había
conseguido descansar. No había encendido la luz y estaba apartando la sábana
cuando notó la mano de Cata en la espalda.
—Lo siento —susurró— no quería despertarte.
—No importa. —Ella dibujó círculos con la palma por encima de la piel de
él y Miguel cerró los ojos y soltó el aliento—. Yo siempre acabo despertándote
cuando regreso o voy a una guardia en el hospital. Siempre me tropiezo con algo
que has dejado tirado por la habitación —bromeó con la intención de seguir
relajándole y también le depositó un beso en el hombro desnudo al sentarse
detrás de él—. ¿Es por lo de mañana, por Sant Jordi?
A Miguel se le escapó una risa ahogada.
—Claro que es por lo de mañana. ¿Qué voy a hacer, Cata?
—¿Cómo que qué vas a hacer? Vas a ir a firmar libros a las librerías que
te lo han pedido y después iremos a cenar con nuestros amigos.
Miguel dejó caer la cabeza y hundió los dedos en el pelo.
—Yo no pinto nada en Sant Jordi.
—Cariño. —Cata se levantó, encendió la luz de la mesilla de noche y se colocó
entre las piernas que Miguel ya había sacado de la cama donde seguía sentado—.
Tu novela se publicó hace tres meses, Carolina y los Valientes está
funcionando muy bien y es normal que los libreros y los lectores quieran
celebrar este día contigo. Pintas mucho.
Miguel soltó el aliento, sabía que los nervios eran algo normal, se
imaginaba que incluso los escritores que ya habían vivido más de un día del
libro los tenían, pero su vida había cambiado tanto en los últimos y tan a
mejor que en ocasiones, como esa noche, tenía miedo de que todo fuera un sueño.
—No solo es por lo de mañana. —Llevó casi sin querer las manos hasta la
parte trasera de las rodillas desnudas de Cata. Más que sin querer fue un acto
reflejo. No podía tenerla tan cerca y no tocarla—. Todo esto es…
—Eh, para. ¿Vas a decirme otra vez que te están pasando demasiadas cosas
buenas? —Lo observó sonreír y le acarició la mejilla—. Creía que ya dejado de
pensar así.
—Y lo he hecho. —Las sesiones de terapia a las que había empezado a
acudir el año anterior sin duda habían ayudado. No pedir ayuda antes había sido
un gran error por su parte—. Solo que… —Tiró de Cata hacia él para hundir el
rostro en sus muslos—. Sant Jordi, Cata. Tú. Esto.
Se apartó un poco y guio la mirada hacia arriba en busca de la de ella.
—¿Esto? -Cata arrugó el cejo.
Miguel atrapó la mano que ella tenía aún en su rostro y acarició el
anillo que le había regalado la noche de fin de año. Habían ido a pasar unos
días en Nueva York con el hermano de Cata y justo antes de las campanadas le
preguntó si quería casarse con él. Ella tardó unos segundos en responder,
segundos que a él se le hicieron eternos, pero lo hizo con un sí, una sonrisa y
unos besos que ninguno olvidaría jamás.
—Esto. Todavía estás a tiempo de cambiar de opinión.
—Ni lo sueñes.
Y entonces Cata debió decidir que Miguel necesitaba algo más que palabras
para ahuyentar los temores de esa madrugada y capturó sus labios e instantes
más tarde el resto del cuerpo y sus pensamientos.
Horas más tarde sonó el despertador y Miguel, desnudo y todavía con una
sonrisa en el rostro que dudaba fuese a perder en la vida, se desperezó. Cata,
con una sonrisa idéntica y un beso de despedida, ya se había ido a trabajar y
él había quedado con Macarena para desayunar antes de ir a la primera librería.
Tenía muchas ganas de charlar un rato con su anterior jefa y amiga. Todavía
escribía artículos para el periódico, pero ahora como periodista free lance. Lo
había sugerido la psicóloga de Miguel en una de sus primeras visitas y lo
cierto es que había sido todo un acierto; había recuperado su relación de
amistad con Maca y según ella los artículos que escribía él ahora que “era un
espíritu libre” eran mucho mejores que los de antes. Por no mencionar que la
libertad horaria le permitía adaptarse mejor a los turnos de Cata en el
hospital y le dejaban tiempo para escribir. Ya estaba trabajando en su segunda
novela, algo que si lo pensaba demasiado le producía una enorme sensación de
vértigo. Y felicidad.
Maca lo abrazó en cuanto lo vio, a la directora del periódico le
encantaba mantener una imagen de intelectual fría e inaccesible, pero
cualquiera que la hubiese visto esa mañana se habría dado cuenta de lo contenta
que estaba por ver a Miguel así.
—Te estás engordando —se rio sin soltarlo—. Y no tienes ojeras. Casi no
te he reconocido cuando has entrado en el café.
—Yo también me alegro de verte, Macarena. Tú estás tan guapa como
siempre.
—Oh, calla. Sabes de sobra que estás insoportablemente atractivo. Suerte
que Cata no dejará que se te suban los humos a la cabeza. Adoro a esa chica, no
dejes que se te escape.
—Tiene gracia que digas eso, justo hace unas horas le he preguntado si
estaba segura de querer casarse conmigo.
Macarena casi escupió el café.
—¿Que has hecho qué?
—Tranquila, dice que sí. Que está muy segura. —Miguel, extraño en él, se
sonrojó—. No sé qué haría sin ella.
—Saldrías adelante. —Maca colocó una mano encima de la que Miguel tenía
en la mesa junto al café—. Pero me alegro de que la tengas a tu lado. ¿Listo
para ir a firmar un montón de libros, señor Autor?
—Listo.
La última librería del día era la de Alba, la mejor amiga de Cata, y la
preferida de Miguel porque allí era donde había oído la risa de Cata por
primera vez. Él había entrado por casualidad, había ido en busca de un regalo
para un recién nacido y, aunque evidentemente un bebé no podía leer, había
pensado que entraría a mirar.
Esquivó a tres niñas que salían con mariposas pintadas en la cara de “Una
página más”, así se llamaba la librería. Típico de Alba pensar que no tenía
bastante con el ajetreo de Sant Jordi y organizar también actividades
infantiles.
—¡Miguel! —Alba se le lanzó al cuello—. ¡Feliz Sant Jordi! Ven. —Tiró de
él con esa vitalidad tan suya—, siéntate aquí. Ya tienes cola. Te he dejado una
botella de agua y una bebida de esas asquerosas que bebéis tú y Cata.
Se refería a té.
—Gracias. Tienes purpurina en el pelo y en la nariz —le señaló él al
mirarla.
—Y en partes no tan nobles. —Lo besó en la mejilla—. Vuelvo a la sección
infantil. Te dejo en buenas manos. —Señaló la cola de gente que efectivamente
lo estaba esperando para que firmase sus ejemplares de Carolina y los
Valientes—. Nos vemos luego.
Y desapareció.
Miguel sudó, tembló, charló con un montón de gente maravillosa y
descubrió lo que su libro había significado para esas personas. Cada vez que
una lectora o lector se despedía de él dándole las gracias por haber escrito
esa novela les respondía que no, que era él el que se sentía agradecido. Había
sido muy afortunado al poder descubrir y escribir la historia de Carolina,
Luis, Tomás, Mateo, Jaime, Inés y de todas esas personas que lucharon por sus
ideales en los sesenta. Las canciones del grupo, de Carolina y los Valientes,
habían significado distintas cosas para cada uno de los lectores que conocía;
una señora había bailado por primera vez con su marido al son de Esta noche, un
caballero había escuchado Valientes durante los días que su primer hijo había
pasado en una incubadora al nacer antes de tiempo, una chica, una adolescente,
le explicó emocionada que el grupo había sido el preferido de su abuela y que
ahora ella no podía parar de escuchar las canciones porque así tenía la
sensación de que volvía a jugar a damas con ella.
El afortunado era él, de eso no cabía duda alguna y por eso a medida que
la cola se fue haciendo corta Miguel decidió que haría todo lo que estuviera en
su mano para estar a la altura del cariño de esas personas que habían dado una
oportunidad a su novela, a su historia. Porque sí, en la novela se contaba la
historia del grupo, de cómo se formó y de por qué desapareció, pero también
estaba la suya, la de la mayor aventura que había vivido en la vida.
—Hola, ¿llego demasiado tarde?
Una voz profunda hizo que Miguel, que ya estaba recogiendo sus cosas con
intención de ir a ayudar a Alba, se girase de nuevo hacia delante.
—No… —se quedó sin habla.
—Ya, se supone que no puedo estar aquí. —Una sonrisa ocupó el rostro
arrugado y todavía muy atractivo de uno de los protagonistas de la novela de
Miguel—. Pero ya sabes, los periodistas a veces hacemos estas cosas. Somos como
espías.
Miguel sonrió y salió de detrás de la mesa para ir a dar un abrazo al
recién llegado.
—¿Qué estás haciendo aquí?
—No iba a perderme esto por nada del mundo, chaval. —Le devolvió el
abrazo con fuerza—. Se suponía que íbamos a darte una sorpresa durante la cena,
pero no he podido esperar. Felicidades.
—Gracias. ¿Dónde está tu santa esposa? —Miguel bromeó porque era eso o
ponerse a llorar y le había prometido a Cata que hoy solo sonreiría—. Con tu
prometida. Quería pasarse por el hospital y saludar a un antiguo compañero de
facultad. Se reunirán con nosotros en el restaurante. Mañana nos vamos, haremos
un pequeño recorrido por España, ya me entiendes, y después volvemos a Estados
Unidos. La próxima visita sorpresa te toca a ti, a no ser que por fin aceptes
venir a trabajar conmigo.
—¿Contigo? Has cambiado el verbo. La última vez que hablamos me dijiste:
no seas idiota y vente a trabar para mí.
—Sí, en casa me dijeron que tal vez soy un poco brusco y distante.
—Me lo imagino.
—¿Eso quiere decir que aceptas?
—No. Eso quiere decir que tal vez hable con Cata y si algún día los dos
decidimos irnos a vivir a otro país te llame.
—Eh, Miguel y su amigo el interesante señor misterioso que parece Alec
Guiness, ¿me ayudáis a recoger para que podamos irnos a cenar?
—Por supuesto, señorita que parece Lucy Lui. Me cae bien esa chica.
—Y a mí —respondió Miguel—, aunque su mal humor es legendario. Será mejor
que la ayudemos.
Regresaron a casa a las dos de la madrugada, Miguel estaba agotado y Cata
exhausta pero ninguno de los dos tenía sueño o ganas de que aquel día
terminase. Ella sujetaba entre dos dedos la preciosa rosa roja que él le había
regalado nada más verla en el restaurante y guardaba en el bolsillo de la
chaqueta la nota que había acompañado a la flor. Él llevaba metido en el bolsillo
la edición preciosa de Peter Pan que ella le había regalado con una dedicatoria
muy especial.
—¿Sabes una cosa? —Cata estaba mirando las estrellas, se habían detenido
en el portal.
—¿Qué?
—Peter Pan fue un idiota al no quedarse con Tigrilla.
Miguel sonrió, en su casi primera cita (así se referían al café que se
habían tomado juntos la tercera vez que se encontraron por casualidad) habían
hablado de eso.
—Lo sé.
Después se giró hacia ella y la besó despacio.
—Te quiero, Catalina.
—Y yo a ti, Miguel. Feliz Sant Jordi.
—Contigo, Cata, soy feliz siempre.
Ella sonrió o quizá empezó él y la sonrisa se le contagió a ella y se
dieron un último beso antes de entrar en casa.»
Espero que con este relato os vayáis ambientando para la celebración de un día del libro atípica pero en la que tendremos que mantener toda la ilusión. Yo lo haré :)
Contadme, ¿qué os ha parecido reencontraros con Cata y Miguel? Si no la habéis leído aún, ¿qué vibraciones os dan estos protagonistas?
Muchas gracias, Anna Casanovas ;)
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