Hola! ¿Cómo estáis llevando el inicio de semana? Las redes están plagadas de recomendaciones así que tened a mano vuestras listas de deseos porque estoy segura de que alguna os llamará la atención.
Espero que estéis disfrutando de todas las iniciativas que se han puesto en marcha con motivo del día del libro, incluidas las mías. En Instagram podéis publicar cómo una foto o stories de vuestra biblioteca, que yo compartiré y dejaré fijadas en las stories destacadas.
Hoy es Laura quien ha querido pasarse por aquí para regalarnos un vistazo a la vida de Héctor y Mia, protagonistas de En camas separadas y conocer lo especial que es el 23 de abril para ellos, ¿les acompañas?
«UN AMOR ENTRE LIBROS
Madrid, librería La Central
de Callao.
23 de abril, Día del Libro.
Mia estaba enfadada. ¿Cómo no iba a estarlo?
Se suponía que aquel iba a ser su día especial junto a Héctor y, sin embargo,
iba a celebrarlo sola. ¿En qué demonios estaría pensando ese cabeza de
chorlito? Sus labios se fruncieron hasta formar un puchero pero consiguió
contener las lágrimas mientras abrazaba contra el pecho el libro que llevaba
consigo. Se prometió que no lloraría y se dijo a sí misma que en realidad era
una tontería, que no tenía motivos para tomárselo así pero… ¡Le faltaba Héctor!
¿Cómo no iba a ponerse sentimental? Al echar un vistazo a la novela que
sujetaba entre las manos, sintió que esta y su historia se reían de ella, por
lo que optó por meterla dentro de su enorme bolso. Odiaba el tiempo que ella y
Héctor pasaban separados aunque sabía que esta vez era por una buena razón.
A pesar de que habían viajado juntos a
Londres para la Feria del Libro apenas un mes atrás, Héctor se vio obligado a desplazarse
a la capital británica para negociar los últimos flecos del contrato de un
prestigioso ilustrador, una especie de Benjamin Lacombe pero al estilo british. Tanto ellos como Tony llevaban
meses tratando de convencer al dibujante para que colaborara con ellos en la
editorial de álbumes ilustrados que juntos habían fundado y el muy… artista no
había tenido otro día para concertar una cita con ellos. ¡Tenía que ser justo el
Día del Libro! ¡Sería cabrito! Cada vez que Mia pensaba en ello sentía que la
furia bullía en su interior. Intentaron por todos los medios aplazar la reunión
pero al parecer la agenda del autor era muy apretaba y se negaba a cambiar el
encuentro. ¡Maldito fueran él y sus dibujos!
Disgustada, Mia resopló y varios mechones de
su cabello rojizo revolotearon sobre sus ojos. Mientras caminaba por la Gran
Vía, decidió recogerse el pelo en un improvisado moño alto dado que el sol
brillaba con fuerza en Madrid. Hacía un tiempo precioso y la gente llenaba las
calles y acudía a las librerías para hacer homenaje a una jornada tan especial
como aquella.
Dado que no solían celebrar San Valentín,
Héctor y ella habían planeado conmemorar ese día como el día del amor, el que
se profesaban el uno al otro desde que eran unos niños y el que le tenían a los
libros. Iban a hacer un tour por diversas librerías para después caminar
cogidos de la mano hasta el Mercado de San Miguel y tomar algo antes de volver
a casa, preparar unas palomitas en el microondas y brindar por su historia
mientras veían un maratón de películas ochenteras. Según su amiga Sara, un plan
tan friki cuqui solo podía habérseles ocurrido a ellos. Ahora, con Héctor en
Inglaterra, sería imposible llevarlo a cabo.
Para sobrellevar mejor su creciente mal
humor, Mia se encaminó hacia la librería La Central, la que está junto a
Callao. No tendría a Héctor pero al menos estaría rodeada de libros. Se suponía
que el día iba de eso, ¿no? Tuvo suerte porque, a pesar de que el local estaba
repleto de gente, pudo encontrar una mesa libre junto al pasillo. Mientras
esperaba a que la camarera le sirviera la porción de tarta red velvet que había pedido,
Mia sacó su novela y la dejó sobre la mesa para consultar el mensaje que
acababa de recibir en su móvil. Era de Rose, su amiga inglesa, que le decía que
tanto ella como su chico, Jack, estaban encantados de acoger a Héctor en su
casa y que Miriam, la madre de ella, pensaba prepararle su famosa tortilla de
patatas. Mia sonrió al imaginarse la escena. Los miembros de la familia
Cole-Blasco-Mason se habían colado en su corazón desde que se conocieron y Mia
no veía la hora de volver a reunirse con ellos.
Tras devolver el teléfono al interior de su
bolso, Mia abrió el libro y sonrió. La historia de Alex y Rosie, los
protagonistas de “Donde termina el arcoíris”, era una de sus preferidas. Tal
vez por las semejanzas que tenían con ella y con Héctor, porque ellos también
se enamoraron siendo unos críos. No podía haber elegido otro libro que no fuera
aquel. De alguna manera era como si Héctor estuviera a su lado.
—Disculpe, señorita —la interrumpió la
voz de la camarera—. Aquí tiene su pastel y también esto. ¡Que le aproveche!
Aturdida por el ímpetu con que la chica
había dejado su pedido sobre la mesa, Mia no tuvo tiempo de preguntarle a qué
se refería hasta que vio un trozo de papel situado justo al lado de la tarta.
Intrigada, lo abrió para ver de qué se
trataba. Era una nota que decía:
«Por
suerte, a nosotros no nos llevó tanto tiempo como a ellos reconocer lo que
sentíamos. Feliz Día del Libro, Mia. Te quiero. Date la vuelta. H».
Sintiendo
que el pulso se le aceleraba, Mia se giró en su asiento y se encontró con los
brillantes azules ojos de Héctor mirándola con una sonrisa pintada en los
labios. El corazón se saltó un latido en el interior del pecho. Ahí estaba
Héctor, su Héctor. Despeinado como de costumbre, vistiendo una de sus camisas de
cuadros, remangada en los antebrazos y… ¿Llevaba una flor en la mano? Estuvo a
punto de lanzarse sobre él pero se contuvo y esperó a que Héctor se acercara.
—Hola —murmuró cuando llegó a su lado,
acariciándole la nariz con los pétalos de la rosa.
—¿No deberías estar en Londres? —consiguió preguntar Mia, conteniendo la emoción.
—Conseguí cambiar la cita con ese
esnob. No podía perderme vivir este día contigo. Y, mira, tenemos un libro y
una rosa. ¿Qué más podemos pedir?
Emocionada, Mia rodeó el cuello de
Héctor con los brazos.
—Se supone que yo debo regalarte el
libro y no al revés.
—¿Para qué están las normas sino para
romperlas? —le sonrió—. Este día es especial para nosotros. ¿En serio pensabas
que me lo perdería?
Ella negó con la cabeza y sus rebeldes
mechones de color rojo se balancearon sobre sus mejillas.
—Haremos que el Día del Libro sea
siempre especial, ¿verdad?
—Siempre, camarada. —convino él.
¿A que os apetece visitar una librería especial? ¿Degustar un trocito de tarta mientras lees un fragmento de tu libro favorito? A mí sí, pero todo llegará.
Muchas gracias, Laura Maqueda ;)
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